viernes, 15 de abril de 2011

ELTRAJE NACIONAL

por Aida Martinez Carreño

Enumeradas algunas de las influencias que han concurrido para determinar la forma de vestir de los colombianos entre 1830 y 1930, es imposible pasar por alto la existencia de una línea constante en el atavío femenino que se origina en el período colonial y llega hasta nuestros días.

No intentaremos arializar esta permanencia; nos limitaremos tan sólo a reseñar, con el apoyo del testimonio escrito y gráfico, su existencia y sus variantes. Básicamente, la indumentaria que identificó a la mujer colombiana de todas las clases sociales, y que ha sobrevivido en algunos sectores, exceptuando naturalmente grupos indígenas y zonas con características muy particulares, se resume en las siguientes prendas: falda larga, ancha, recogida en la cintura, de un material grueso. Mantilla o pañolón colocado sobre la cabeza, envolviendo el pecho, las dos puntas sobre los hombros. Sombrero masculino que ayuda a sostener la manola. El calzado varía desde su ausencia total hasta el zapato de cuero, pasando por la alpargata, los zapatos de paño y las babuchas de cordobán; todo en color negro. Los cambios y la lenta evolución de este atuendo se derivan de la diversidad de climas, la aparición de nuevos materiales, la incorporación de diferentes técnicas y un sutil uso del color con propósitos casi siempre discriminatorios.

Una primera referencia de don Pedro María Ibáñez al traje usado en los días de la colonia, nos dice: "Las damas usaban desde aquellos remotos tiempos las anchas mantillas de seda o paño que aún hoy se conservan. En ciertos días solemnes, como la fiesta del Corpus o el Jueves Santo, cambiábanlas por mantillas de encaje negro. . . Vestían también ricas basquiñas y jubones de seda negra. .t . " Enfatiza el mismo cronista los sobresaltos y afanes que sufrieron los realistas al declararse la indepencia así: ". . . Y esto fue tan precipitadamente, que llegaron a Honda vestidos con capas y sombreros de pelo, acompañados de algunas señoras abrigadas con mantillas de paño y sombreros redondos de castor. . . "

En tan escasa cantidad y variedad de prendas, alcanzan -y muy claramente a establecerse modalidades de contenido determinante: "Los vestidos de las mugeres (sic) ya sean pobres o ricas, especialmente los de las blancas, tienen que ser negros. Consisten en una basquiña negra con mantilla del mismo color. Las negras tan sólo pueden llevar mantilla blanca " (1822)'

¡Que pocas variaciones, qué refractario a las influencias extranjeras resulta ese atuendo! en 1849, la descripción de don Salvador Camacho Roldán es la siguiente: "El traje invariable de las señoras para salir a la calle era: enagua de alepín, tela negra de lana; mantilla de paño, sombrero de huevo frito, de armazón de cartón forrado en felpa negra de algodón o de seda, que imitaba la figura de aquél, y zapatos de paño o cordobán'!.

El médico Charles Saffray, recorre el país en 1869; de sus memorias de viaje tomamos notas referentes a la visita a Cartagena: "En la iglesia no hay asientos; cuando las señoras van a misa, vestidas de negro y cubierta la cabeza con la mantilla, las sigue siempre una negra, que lleva un tapiz para que se arrodillen o se sienten. . . ; cuando el viajero se traslada a Medellín, la situación parece no denotar cambio alguno: "Todas las que van a misa se visten de negro cubriendo su cábeza con la característica mantilla, que, recogida sobre la frente, les comunica un aire de notable modestia. Pero como los ojos quedan descubiertos y son muy negros y están velados por largas pestañas, si hacen pensar en el Paraíso, harán olvidar a muchos la devoción que deben tener en misa. Por otra parte, nunca faltan momentos en que la mantilla se desarregla, lo cual obliga a su dueña, como es natural a elevar graciosamente ambos brazos sobre la cabeza para prenderla mejor, y entonces deja ver, como por casualidad, el busto y el rostro. A fin de aprovechar estas oportunidades, los elegantes de la población acuden solícitamente los domingos al atrio de la iglesia'i. Poco varía su testimonio al llegar a Bogotá. Hay abundantes anotaciones sobre esta particular manera de vestir y cabe suponer que pese a la severidad y uniformidad de la misma, o precisamente por estas razones, estimulaba la imaginación y la fantasía de los observadores. "Pocas son las mujeres que no son bonitas y todavía menos las que no tienen buen cuerpo; su traje tan singular, no se ve en ningún otro sitio del mundo "

En los trabajos de la Comisión Corográfica (1850-59), dejaron los pintores que participaron interesantes documentos referentes al traje que confirman el uso general de la mantilla y el sombrero; las faldas cambian muy poco y es en las blusas donde surge la variedad que el clima exige

Las acuarelas de Edward Mark, pintadas entre 1843-56 y la serie de grabados realizada por Ramón Torres Méndez (1809-83) bajo el título de "Costumbres Nacionales ", corroboran esta observación.

La mantilla, originalmente un cuadrado de tela de lana negra o azul oscura, evoluciona y se vuelve más complicada. En la segunda mitad del siglo se confecciona en seda con bordados a mano y se adorna con un ancho encaje de Granada en el contorno; se modifica la forma, tomando la de una media circunferencia, que se adapta mejor al cuerpo.

En los primeros años del presente siglo, el pintor Coriolano Leudo (1886-1957) se refiere en su obra "La Mantilla Bogotana" al tema, cuya vigencia sorprende tanto como la del uso de la prenda.

La respuesta popular a la sofisticación de la mantilla es el pañolón, adornado con cintas de seda en cuyo borde se trenza el encaje de "macramé ". Este modelo ha subsistido, no solamente en el uso cotidiano, sino como producto de exportación y de demanda turística que nuestros artesanos continúan produ ciendo.

Es frecuente en los mercados populares de Boyacá y Cundinamarca ver actualmente mujeres ataviadas con el pañolón descrito; se encuentran muchas que han introducido a la prenda las variantes derivadas del aprendizaje de diversas labores manuales, por ejemplo el crochet; pese a que el color negro tradicional sigue siendo el favorito, la extensa gama de colores que las lanas acrílicas (de precio más bajo) ofrecen, ha introducido diversas tonalidades en los pañolones. La forma y el largo fleco, continúan invariables, así como el uso del sombrero masculino. `

Un párrafo final, para recordar un modelo de sombrero originado en nuestro país que llegó a ser reconocido internaciónalmente; en 1821, el cronista Ibáñez lo describe ". . . sombrero de copa alta a la Bolívar, es decir, con ala ancha y tendida. . . " nuevamente nos encontramos con el uso de una pieza del vestuario para expresar determinada ideología: "Desde 1823 residían en París numerosos americanos del sur que habían figurado en la revolución de la Independencia y usaban ellos sombreros de ala ancha, moda que pasó a muchas ciudades de América. El sombrero a la Bolívar, según afirma Víctor Hugo en "Los Miserables ", tuvo en contraposición los sombreros de ala angosta que usaban Morillo y los realistas españoles en la gran capital ".

Tomado del folleto Un Siglo de Moda en Colombia 1830-1930 - Fondo Cultural Cafetero

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